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martes, 30 de enero de 2007

Una invidente denuncia que el conductor de un autobús intentó impedirle el acceso con su perro guía

TMB no prevé que se suavicen las normas sobre la entrada de perros en el metro. Defensores de los animales han pedido que se permita el acceso al suburbano de todos los perros atados y con bozal, como ocurre en FGC y Renfe

Sabe lo que es que no se permita la entrada a un invidente en un espacio público por ir acompañado de un perro lazarillo porque es la vicepresidenta de la asociación catalana de usuarios de estos animales. Marta Salas conoce muchos casos de discriminación por este motivo. Ella sufrió una situación similar en un restaurante de Barcelona pero no se había repetido. Hasta ayer, en que revivió la historia en autobús. Aunque finalmente pudo subir al vehículo con la ayuda de su perro Tenor, lo hizo, según explicó a La Vanguardia, después de ser advertida -erróneamente- por el conductor de que no estaba permitido y de tener que discutir con él por ello. El disgusto aún le dura. Y, añade, lo peor es que ningún viajero le apoyó. "Ha sido una experiencia muy desagradable -relata la mujer- y tanto me hirió que salí llorando del bus". La afectada presentará una reclamación ante Transports Metropolitans de Barcelona (TMB). Ayer mismo lo hizo en el 010.

Marta, de 57 años, no ve desde hace cinco. Antes de padecer un glaucoma, dirigía una empresa de selección de personal. Era una persona activísima que se movía por la ciudad sin problema. "Desde que no veo, todo es distinto -prosigue- aunque, como hace poco tiempo que perdí la visión, mis movimientos son similares a los de cualquier otra persona que no sea ciega", explica. Sin embargo, es obvio que Marta no ve. Lleva gafas oscuras, a cualquier hora, precisamente para dar a conocer su minusvalía. Pero lo que deja más clara su ceguera es que siempre le acompaña Tenor, un precioso perro labrador de cuatro años de un negro intensísimo que no pasa inadvertido.

Lo ocurrido ayer es un caso más de discriminación a un invidente. El último del que se ha tenido noticia (véase la edición del pasado 20 de enero) fue el de una pareja a la que no se dejó entrar en un restaurante de Ciutat Vella porque iban con un perro guía. En este caso, tuvieron que abandonar el local porque un empleado les impidió que se quedaran. Marta logró quedarse en el autobús; eso sí, después de hacer caso omiso a las equivocadas indicaciones del conductor y pasando un mal rato que tardará tiempo en olvidar.

Esta mujer tenía hora para el médico a las 9.15 horas y fue a esperar el 64 a una parada de la confluencia de Aribau con Travessera de Gràcia. "Cuando llegó el autobús y subí -explica Marta Salas-, el chófer me dijo que no podía entrar con el perro". "¿No ve que soy ciega y que voy con mi perro guía?", le preguntó ella. "Que usted sea ciega no tiene nada que ver -le respondió el conductor en tono cortante, según la versión de Marta-; a mí me han dicho que al autobús sólo pueden entrar los perros lazarillos". Atónita por la respuesta del chófer, la mujer replicó: "Éste es mi perro lazarillo", a lo cual el empleado del autobús añadió, siempre según el relato de la afectada: "No. Un perro lazarillo es más pequeño y tendría que poderlo llevar encima de usted". Estupefacta por lo que estaba oyendo, Marta se negó a bajar del autobús y exigió al conductor que llamase a sus superiores para preguntarles cómo actuar ante este caso. "Lo hice -argumenta la mujer- porque estaba segura de que el chófer estaba en un error por falta de información y lo mejor era que pidiese instrucciones". Al parecer, el hombre no se comunicó con el centro de control aunque no hizo nada más para impedir el paso de la mujer al interior del vehículo. "Pase, pero será exclusivamente bajo su responsabilidad", le avisó, aseguró ella.

El reglamento de la Entitat Metropolitana del Transport (EMT), aplicable a todas las líneas de autobús que están bajo su responsabilidad, entre ellas las de TMB, prohíbe "entrar animales dentro de los vehículos, excepto en el caso de personas invidentes acompañadas por perros lazarillos y aquellos animales domésticos que por su medida puedan ser transportados en receptáculos convenientemente preparados, siempre bajo la responsabilidad del portador, para que no puedan ensuciar o molestar a los otros viajeros".

A la espera de conocer la versión del conductor -los responsables de la empresa hablarán con él hoy mismo- y tras lamentar las molestias que se haya podido ocasionar a esta viajera, el portavoz de TMB insistió en que "las normas están muy claras: un invidente puede entrar al autobús con su perro lazarillo". A este representante de la compañía de autobuses le parece que el conductor "mezcló y confundió los dos aspectos que se citan en la norma, la de los lazarillos y la de los animales de compañía". Y el resultado fue la norma sui géneris que intentó aplicar a Marta Salas. La misma fuente dice que no le constan otras quejas por el mismo motivo. Se trata, por tanto, de un caso aislado.

La actitud de los viajeros fue si cabe más hiriente para Marta. "Normalmente -asegura- la gente te ayuda, pero esta vez no ha sido así, nadie me defendió; y cuando entré en el autobús, que estaba lleno, me dirigí a la zona donde se dejan los cochecitos de bebé y no nos dejaron espacio; Tenor tuvo que colocarse entre las piernas de una señora".

El reglamento de los autobuses tiene su equivalente en el metro. Se trata de una normativa de la Conselleria de Política Territorial i Obres Públiques en la que también se permite el acceso de los perros del personal de seguridad. En respuesta a la petición de una entidad de defensa de los animales, el teniente de alcalde Jordi Portabella, presidente del Consell Municipal de Convivència, Defensa i Protecció dels Animals, anunció en junio que se reformarían algunos aspectos para que todos los perros puedan entrar en las instalaciones del metro, atados y con bozal, como ocurre en Renfe y en Ferrocarrils de la Generalitat en ciertos horarios.

TMB no ha recibido instrucciones al respecto y no prevé cambios. "En la mayoría de las ciudades no se permite y no creemos que los usuarios entiendan que deban convivir con estos animales", manifestó el portavoz de la compañía. Los metros de Madrid, Valencia, Bilbao o París se rigen como el de Barcelona. Roma y Copenhague, en cambio, aceptan todos los perros siempre que paguen billete. Los lazarillos entran gratis.

"El peor obstáculo de Barcelona es el ruido"


La experiencia de Barcelona que tiene Marta Salas es especial. Todavía no acaba de acostumbrarse a la ceguera puesto que esta mujer de 57 años, a la que ayer un conductor de autobús intentó no dejarla entrar en el vehículo, sólo hace cinco años que perdió la vista.

"Va a ser una tarea difícil porque hay muchos impedimentos", explica mientras pasea por la plaza Francesc Macià a media tarde. El transporte público es uno de los escollos más importantes. "Muchos invidentes no se atreven a usarlo porque hay muchas barreras". Y eso a pesar de que se está haciendo un gran esfuerzo para adaptar vehículos y estaciones.

Marta reconoce este esfuerzo, pero recuerda que moverse por la ciudad sin poder ver es muy complicado, aunque haya ayudas. Un ejemplo está en la misma plaza Francesc Macià, donde hace unos meses que se han instalado avisadores acústicos en los semáforos. "Antes era un peligro pasar por aquí -comenta- y ahora la verdad es que es muy distinto, hay que agradecerlo".

Sin embargo, por mucho que se mejoren las condiciones de paso en las calles, hay un problema que se impone: el ruido. "Barcelona es una ciudad muy ruidosa -prosigue-, y, no lo olvidemos, nosotros nos movemos ayudados por los sonidos, algo imposible cuando hay tantas obras, que cambian continuamente de ubicación, y tanto tráfico". Otras veces ocurren cosas por mero desconocimiento. Si se acaricia un perro guía -algo que muchas personas hacen-, éste puede olvidar la orden que se le acaba de dar y dejar a su amo desprotegido.

La Vanguardia Digital, 30/01/2007

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