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martes, 9 de octubre de 2007

El toro de la vega y la alimaña de Lena

ALBERTO CARLOS POLLEDO ARIAS

Si a usted no le entusiasma o está en contra de alancear un toro indefenso para cortarle los testículos y pasearlos como trofeo en la pica de la lanza por las calles de Tordesillas. Si repudia arrastrar un perro amarrado con una cuerda a un todo terreno, asistir y apostar en las peleas de gallos o perros y tirar una cabra desde el campanario de la iglesia. Si odia colgarse del pescuezo de un ganso amarrado a una cuerda, los toros de fuego con los pitones embolados, maltratar a las mujeres o entrar en el comedor de un restaurante vestido con una camiseta sin mangas, oliendo a sudor y luciendo múltiples tatuajes, es un firme candidato a mofa y befa por su afeminamiento. Si, además, le gusta acariciar con suavidad el cuerpo de una mujer, se extasía ante una puesta de sol, le gusta ir por el campo contemplando los animales salvajes en libertad, disfruta con el aroma y la belleza de las flores, alcanza el trance escuchando a Mozart, Bach o Vivaldi, le enternece la sonrisa de un niño, no tira piedras a los perros callejeros y le encanta la obra literaria de Javier Marías; con todos los respetos, es usted un manflorito. Al menos, así lo va a considerar la España sanguinaria que alimenta el espíritu con las torturas citadas. Son unos pocos, pero levantan tal polvareda que parecen mayoría.

Las autoridades y los ciudadanos de Tordesillas se encuentran en las antípodas de la razón cuando permiten, ¡qué vergüenza!, con el beneplácito de la Junta de Castilla y León, que lo declaró festejo de interés turístico regional, que durante las fiestas en honor de la Virgen de la Peña (es posible que cada septiembre derrame lágrimas de sangre) una muchedumbre de irracionales, bestias, energúmenos, bárbaros, ignorantes, inhumanos, fieras, subdesarrollados armados con lanzas persigan, a pie y a caballo, un toro para matarle con saña entre gritos, cánticos y sangre a raudales. Astado cuyo único delito es haber caído en manos de un pueblo de cobardes y una horda de salvajes que se escuda en los ancestros para liberar sus instintos primitivos. Ojalá se asentara de nuevo en aquellas tierras, no pido más que una «noche de cuchillos largos», el tribunal de la Santa Inquisición, para que el comisario del Santo Oficio enviase a la hoguera purificadora a todos los que permiten tamaña atrocidad. Méritos les sobran.

Ya sé que no es igual y que aquí, en Asturias, no podemos justificarlo con el tradicionalismo, pues los automóviles son de anteayer y el caso es excepcional. Aunque, la alimaña (por denominarle de alguna manera) de Telledo que ató un pobre perro a la parte trasera del coche y lo arrastró durante dos kilómetros no merece ni una sola línea y sí un castigo ejemplar que sirva como ejemplo a todos los que les muelen a palos, les matan de hambre, les amarran de por vida, a la intemperie, con una cadena de medio metro a la puerta de su casa o les abandonan a la menor de cambio. Por el contrario, tan intensa era la expresión de angustia, tristeza, miedo y desolación del perro maltratado que en pocas horas y para ejemplo de muchos encontró una familia de adopción. Un buen final para una mala historia que nos obliga a confiar en la especie humana.

La Nueva España, 09/10/2007

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